8 de junio de 2006

Lengua de signos

Voy a la Biblioteca Pública de Salamanca, en la Casa de las Conchas. Allí estamos haciendo una serie de actividades en torno a la creación literaria llamadas Un río de palabras. Esta tarde me estoy encargando de hacerle fotos a las creaciones literarias que el público coloca en una serie de paneles. Al lado de uno de ellos dos chicas están estudiando la lengua de signos que utilizan los sordos para comunicarse. Forman una estampa curiosa. Frente a las palabras escritas, esculpidas, permanentes (bueno, todo lo permanentes que nos permitan los paneles) aparecen otros signos que se escapan en un soplo. Los sordomundos, con su lengua de signos no dejan de hacer en cada momento poesía visual. O ballet de ideas. Y me gusta pensar que, frente a los que pretenden imponer el modo de ver las cosas de la mayoría, esos que dicen que si no forzamos a los sordos a hablar como los que no lo son se quedarán aislados; aquellos que usan la lengua de signos nos enseñan que la diversidad es siempre positiva y que cuantas más lenguas o sistemas de signos haya, más mundos diferentes podremos construir y entender. Frente a ellos siempre estarán los ignorantes que preferirán que sean los otros los que aprendan su lengua para aplastar, de este modo, cualquier diversidad que enriquezca. Frente a las imposiciones imperialistas de cualquier orden -español frente a catalán, gallego o euskera; inglés frente a español y catalán juntos; lengua oficial frente a lengua de signos; Burguer King o Mc'Donalds frente a tapa de pescado en adobo- reivindico la minoría. Ho entens? Yo por lo menos sí. Sólo es cuestión de usar la inteligencia para aprender otras visiones, otras realidades, otros signos, otras lenguas...

Precisiones terminológicas para filólogos y otra gente de mal vivir (universitarios en general) que pueden dejar de leer los que se hayan quedado a gusto con lo anterior y que lo mismo trae algo de cola, pero qué se le va a hacer: creo que "lengua de signos" es un nombre poco afortunado. Es bastante probable que sera fruto del complejo de inferioridad que alguno de los inventores y promotores del uso de estos signos tienen frente a la lengua dominante. Lo digo porque la verdad es que estoy de acuerdo con aquellos que dudan de que los morfemas y sintagmas de la lengua de signos tengan la correspondencia conceptual y la precisión de de una lengua hablada y escrita. Claro que, por otra parte, ¿a quién le importa? ¿Sirve para comunicarse? Pues eso es lo que vale. El nombre da lo mismo. No es necesario hacerle el juego respondón a quienes dicen que lo que practican los sordos no es una lengua. Ya digo que yo creo que no lo es, pero ni falta que hace. Lo importante es que ese sistema de signos vaya creciendo para que algún día sea posible que alguien escriba una obra literaria en lengua de signos (entonces sí) que tenga una estructura y un interés intrínsecos, sin que sea subsidiaria de su traducción a otra lengua. Y ojalá que sea pronto.

6 de junio de 2006

Caracoles y cabrillas

A los caracoles grandes se les llama cabrillas en Sevilla y Cádiz. He estado allí (en Sevilla) esta semana pasada para presentar la película El proyecto Manhattan. He vuelto a comer cabrillas en salsa en dos bares de la ciudad y he visto a los vendedores de caracoles en mitad de la acera con su báscula y los bichos vivos saliéndose de la caja mientras ellos esperan sentados a que alguien les compre. Llevo tanto tiempo en Salamanca que la imagen me ha parecido ajena. Aquí no hay caracoles ni cabrillas en los bares y mucho menos vendedores pacientes sentados debajo de una sombrilla. Uno de los pocos placeres que no son universales en una lugar que se resiste como pocos a la dominación de los restaurantes en cadena, iguales a sí mismos en todo. Camino, camino y camino por una ciudad que no se me termina a los veinticinco minutos y vuelvo a comer (otra vez, sí) cabrillas, caracoles grandes y rayados. Los pequeñitos, que se hacen en un caldo con aromas de menta, hinojo, guindilla y pimienta los dejo para otra ocasión. Mientras tanto dejo la foto de sus restos calcáreos como testimonio y como recuerdo mientras llega el momento de otro viaje al sur, el único lugar del mundo donde pueden comerse cabrillas en salsa.

Añadido el 30 de julio de 2008:

Me escribe Juan Moreno Gómez, más conocido en Los Palacios, municipio de Mula (Murcia), su pueblo natal como Juan el Caracoles para hacerme algunas apreciaciones por correo, pero sin ponerlas en comentarios y por eso las copio y pego a continuación, aparte de animaros a que visitéis su blog, que aparece más adelante:

Distinguido señor:
Permitame el atrevimiento de hacerle una pequeña aclaración a lo leido en su blog, que no tiene más intención que enriquecer, los conocimientos que usted ya tenga a cerca de los caracoles CABRILLAS.
Usted dice que las cabrillas solo se consumen en un solo lugar en el mundo, en el sur.
Permitame decirle que las cabrillas se consumen casi en todo el mundo, ya que soy autor quizás de esa salsa que a usted le ha gustado tando y que vende en toda España y portugal, aunque especialmente en: MALAGA, SEVILLA, VALENCIA, GERONA, MURCIA, PALMA DE MALLORCA y por supuesto en mi casa tambien se consume ya que como le he dicho soy autor de una salsa para caracoles UNICA en su genero, además de ser autor de 6 libros de gastronómia, entre ellos un recetario de caracoles (único que yo sepa).
Si quiere usted entrar en mi blog, verá la veracidad de este sano comentario.
Como yo soy un aprendiz de internauta le digo como puede acceder a mi blog
caracolesjuan.blogspot.com
Y por ultimo decirle que si viene usted por Murcia queda invitado a degustar mis caracoles y de paso me da usted su valiosa opinión.
Saludos cordiales