30 de mayo de 2011

Algunos peligros para el movimiento 15M


Esta entrada me está resultando difícil de redactar. Por un lado no quiero que parezca que me he abonado a las tertulias de Intereconomía (¡cielos, eso sí que no!) pero por otro, después de pasar por las asambleas y reuniones de sol durante varios días y haber conocido la decisión de prolongar la acampada no puedo dejar de notar algunos peligros para el movimiento 15M que dejo aquí, como siempre, para la reflexión.

1. El exceso de lo que yo llamo burocracia asamblearia. Esto no es nuevo y quienes hayan vivido algún tipo de movimiento asambleario sabrán de qué hablo. Consiste en que al no haber una estructura predefinida para llevar adelante el trabajo de discusión, las reuniones se eternizan entre peticiones técnicas (cuestiones de procedimiento las llamábamos en las asambleas de finales de los 80) que derivan al final en dilucidar si se discutiría el modo de discutir la discusión y si eso daría lugar a una discusión posterior para discutirlo. Otro de los peligros, relacionado con este, es que las asambleas terminan siendo dominadas no por los que tienen algo que decir, sino por los más hartibles (que decimos en Andalucía = cansinos), que a veces no lo son por una cuestión de personalidad mál formada, sino por intereses más o menos ocultos.

2. La falta de objetivos claros. Esto se aplica, sobre todo a la acampada en Sol. Al no existir un convocante definido de la acampada, cada uno planta su tienda y defiende sus fines con los correspondientes cartelitos. La consecuencia es que aunque parezca que todos quieren lo mismo (bueno, sí, se ha llegado a propuestas de mínimos en las asambleas pero eso no es lo que transmite la acampada en sí), cuando uno pasea por Sol tiene la impresión de encontrarse en una especie de zoco de las reivindicaciones, en el que unos piden la instauración de la tercera república, otros que no se desaloje la Cañada Real y otros que se imponga la tasa Tobin. Por supuesto, hay elementos comunes entre algunos de esos grupos (¿quién no puede estar de acuerdo con que la entrega del piso cancele la hipoteca?) pero apuesto a que no hay ni una sóla persona que esté de acuerdo con todos los objetivos de todos (entre otras cosas porque algunos son contradictorios). Por otra parte, se puede dar la impresión a los ojos de quienes pasan por Sol de que el movimiento 15M le da la misma importancia a la discusión de los fines de ATTAC que a decidir qué se hace ante el inminente fin del mundo y el advenimiento de la era de acuario en el año 2012 o a discutir las relaciones entre las profecías y los atentados del 11S (y no me invento ni una de las propuestas).

3. El sentido de la acampada. El punto anterior me lleva a preguntarme por el sentido de la acampada. Yo entendía que este movimiento era un movimiento de ideas, de discusión, de promover un cambio en toda la sociedad. La acampada tenía un sentido de punto de partida para llamar la atención pero, una vez llamada esa atención, lo importante no es el símbolo, sino lo que el movimiento ha activado. Mantener la acampada me da la impresión de que lo único que hace es establecer una especie de nirvana aislado del mundo exterior donde quienes lo habitan se sienten muy a gustito.

4. La ruptura con el sistema constitucional. Metafóricamente hablando, creo que hay dos posturas básicas ante nuestro sistema: o bien es un sistema podrido que hay que tirar a la basura orgánica para que termine de pudrirse en un sitio donde no huela mucho o, en otro sentido, es algo así como una botella de vidrio demasiado usada que empieza a estar sucia (o que tal vez lo ha estado un poco desde siempre) y que hay que introducir en un crisol para reciclarla de manera que recupere su esplendor en la misma forma de botella, pero nueva. No soy sociólogo pero me da la impresión de que la mayor parte de los ciudadanos, entre los que me encuentro, están en la segunda de las opciones cuando hablan de que quieren democracia real ya. La sociedad española no quiere una revolución en el sentido tradicional del término. Solo quiere que esta democracia funcione. Es imperfecta, vale, pero tiene el valor, como mínimo, de haber dado a los ciudadanos de este país la oportunidad de expresarse libremente, como lo están haciendo los que están (o estamos, si es que no me termina de echar) en el movimiento 15M. El hecho de que la presión de los poderes económicos mundiales sirva de excusa a los gobiernos para aplicar medidas socialmente injustas no puede servir, a su vez, de excusa a unos cuantos de los participantes en el movimiento para aprovecharse del conjunto y decir que toda la democracia española es un error y que debe ser machacada.

5. La soberbia y la prepotencia. Estos dos defectos se manifiestan en algunas personas en forma de conocimiento superior sobre lo que necesitaba la pobre sociedad alienada por los medios de comunicación. Quienes no estén de acuerdo con ellos son borregos a los que hay que adoctrinar o reeducar, cuando no enemigos acérrimos a los que hay que reprimir o, en el mejor de los casos, no escuchar. Por suerte no es la actitud predominante en el movimiento 15M, pero algunos ejemplos he visto, por lo que hay que tener cuidado. Algunas de estas personas aparecen como defensoras de ideales presuntamente guays del Paraguay y ante los que cualquier crítica te lanza directamente a la lista de los cavernarios/reaccionarios. La consecuencia más grave sería una especie de espiral de silencio entre quienes rodean a estos presuntos alternativos para no ser excluidos del nirvana del que hablaba antes. Otra cara de esta moneda sería considerar que las minorías tienen más derecho que la mayoría a manifestarse y ejecutar acciones en el ámbito de lo ciudadano. La auténtica democracia respeta y defiende a las minorías pero sería un contrasentido que asumieran el gobierno de la mayoría porque entonces estaríamos convirtiendo nuestra democracia, paradójicamente, en una oligarquía aristocrática (entendiendo por aristócrata a cualquier listillo que consiga hacerse un huequecito de poder).

No dejo de pensar que este movimiento ha despertado muchas conciencias dormidas pero creo que debería concretarse en propuestas factibles que se llevaran a los foros donde se deciden, al menos por el momento, las cosas. Es posible que consigamos que un espíritu más social y solidario reine en las decisiones de los gobernantes y que incluso dentro de algún tiempo todos podamos decidir mediante sistemas impensables en este momento. Para eso creo que hemos empezado a trabajar. Sería una pena que, dentro de poco, quienes participaron con ilusión en los inicios del movimiento se volvieran a su casa sin querer saber nada de él y con pocas ganas de volver a participar en movilización alguna. Es un lujo que no nos podemos permitir.

22 de mayo de 2011

El final de un experimento


No soy un experto en economía. Mis pequeños conocimientos se los debo a Radio Nacional, donde Paco Álvarez, economista de larga experiencia, hace unos microprogramas muy instructivos en Radio 5 y participa en el programa No es un día cualquiera. Tiene además un blog imprescindible que leo de vez en cuando: no le digas a mi madre que trabajo en bolsa. Francisco Álvarez no es ajeno a otro de los lugares que me han educado en esto de la economía: ATTAC, la entidad que promueve la puesta en marchad de la llamada tasa Tobin, ese impuesto que debería cargar las transacciones bursátiles especulativas.

El otro día, mientras escuchaba a Paco Álvarez hablar de economía en su sección del programa de Pepa Fernández, me surgió la idea de que lo que se estaba haciendo en este momento con la economía era, en realidad, un inmenso experimento. Un experimento en el que se estaba estudiando cuál era la capacidad de aguante de los ciudadanos europeos y cuál su capacidad de participación política en la toma directa de decisiones. Hasta ahora el experimento estaba demostrando que tenemos un cinturón de un millón de agujeros y que si alguien decía que tenemos que sacrificarnos más (al decir alguien quiero decir una de esas agencias de calificación, bancos centrales y organismos internacionales dictatoriales, dirigidos por hombres y mujeres sin escrúpulos que están muy preocupados porque los beneficios no crecen todo lo que ellos querrían…), lo hacíamos sin rechistar. Yo asistía impávido, como todos, al triste espectáculo de un presidente diciendo que tomaba las decisiones porque no le quedaba más remedio y un protopresidente diciendo que no se tomaban las decisiones con la rapidez necesaria (=con la rapidez que le exigían esos organismos dictatoriales... etc.) y me preguntaba hasta dónde estaban dispuestos a continuar con el experimento.

Los medios de comunicación no iban mucho más lejos. Como yo no veo la tele desde hace unos siete años (bueno, tengo que ponerme al día de vez en cuando para dar mis clases, pero nada más), cada vez que tengo la oportunidad de echarle un vistazo percibo claramente la diferencia entre lo que se cuenta y lo que se oculta, y no porque yo sea muy listo, sino porque no estoy expuesto al masajeo continuo de lo que los medios deciden que son los ‘temas de actualidad’. Lo que me encuentro en el 99% de los casos (exceptuando los programas citados y algunos de Radio 3 de los que hablaba en mi anterior entrada -a los que me temo que les quedan dos telediarios si es que siguen en esa línea, ganen los que ganen-, y algunos otros en lugares más pequeños y con menos capacidad de difusión que los medios más seguidos) es un periodismo servilista entregado no ya al poder, sino al estado de la cuestión que han decidido esos mismos ‘alguien’. Este poder, el de decidir de qué se habla y de qué no se habla es, desde mi punto de vista, el más potente de todos. Es como cuando en una reunión de la comunidad de vecinos un grupo consigue que solo se hable de los ascensores y de la piscina impidiendo que se piense en la posibilidad de hablar de las cubiertas, que a lo mejor son las que están peor, mirando con desdén o incluso con mofa a quienes tratan de apuntar al ruinoso estado del tejado. Pues esto es lo que vienen haciendo nuestros telediarios: se habla de bancos centrales, de agencias de calificación, de mercados pero no de ciudadanos, de posibilidades de participación, del nulo derecho que tienen esos mercados, esas agencias, esos bancos, a decidir sobre nuestro futuro como sociedad.

Hasta que llegó el 15M.

El 15M, por encima de las críticas que se le puedan hacer a su organización, sus fines o su legalidad ha supuesto un corte en ese masaje cerebral que tanto los políticos como los medios nos estaban dando. Para mí, el efecto más rotundo de esta movilización ha sido lo que algunos poetas llamarían un aldabonazo en las conciencias. Desde el 15M no puedo ver información política en la televisión (cuando tomo café en los bares, no vayan a pensar que he dejado la sana costumbre de no verla) sin pensar que estoy asistiendo a un simulacro. Veo mítines, veo declaraciones, veo líderes y todo me parece de cartón piedra, como en una telenovela tipo Amar en Tiempos Revueltos o Cuéntame con personajes estereotipados en tramas un tanto ortopedicas. También desde el 15M, hasta los decorados de los telediarios me parecen sacados de una película de ciencia ficción y les concedo la misma credibilidad que a una secuencia de la Guerra de las Galaxias: me divierten pero al terminar la película sé que C3PO no me espera a la vuelta de la esquina. Los periódicos y la radio tampoco se salvan de la quema pero, tal vez porque soy un romántico, encuentro en ellos rincones por los que se escapa de vez en cuando y cada vez con más fuerza un cierto aroma a cambio.

Desde el 15M ya no es posible que siga el experimento del que hablaba al principio porque las cobayas se han rebelado contra los científicos locos que estaban a cargo del laboratorio y han empezado a tomar decisiones. Los resultados de las elecciones de hoy no pueden responder todavía a ese tiempo nuevo. Da igual. Lo que importa es que el diálogo ha tomado la calle y la conciencia se empieza a despertar del coma inducido al que había sido sometida. La nueva ola ha empezado y sus efectos se verán a más largo plazo. Ahí va mi apuesta: las elecciones generales del año que viene traerán muchas sorpresas...

19 de mayo de 2011

Inteligencia, estupidez, violencia y Sol

1.Inteligencia: Estoy haciendo un curso de novela (para escribirlas, no se trata de que hagamos piruetas en mitad del patio) en la Casa Encendida con Jimina Sabadú, una escritora joven, razonable e inteligente, cualidades que no suelo encontrarme unidas muy a menudo. Sólo dura una semana pero me está sirviendo para tomar fuerzas y generar ideas alrededor de un proyecto de novela que tengo. Al terminar el curso, he devuelto llamada a Ramón para irnos a la Puerta del Sol.

2. Estupidez: Antes Sonia me ha puesto una de las conversaciones más estúpidas que he podido escuchar sobre las movilizaciones de Democracia Real Ya.



Tertulianos. La peor especie de seres entre el periodismo y la nada, que sin saber de qué hablan dicen lo que les da la gana. En este caso pagados por nuestro bolsillo. Estos dos "periodistas" (todavía lo pongo entre comillas porque creo que quedan de los de verdad, que no son así) no están más documentados sobre los fines de Democracia Real Ya que el dueño del bazar de la esquina de mi casa pero aún así se atreven a soltar opiniones de asiduo al casino del pueblo que, gracias a hacerlo desde Radio Nacional de España, escuchan millones de personas. Este tipo de individuos son los que nos obligan a seguir un curso de desactivación de explosivos ideológicos cuanto antes. Menos mal que luego hay quien pone de manifiesto su soberbia y su ignorancia. ¿Era tan difícil haber escuchado la entrevista de la noche anterior en la misma emisora con Natalia Muñoz Casayús? O algún programa de Radio 3, Hoy empieza todo, o Carne cruda, pongamos por caso, a ver si se les caía un poco de caspa y se enteraban de qué va esto.

3.Violencia. Llegamos a Sol. El ambiente es impresionante. Hace muchos años que no veía algo así. Aquello huele a gente que quiere hacer algo, cambiar las cosas. Como escuché a Natalia tengo clara cuál es la reivindicación principal de este movimiento no violento y completamente razonable pero una vez en la plaza me encuentro con los mismos de siempre que quieren rentabilizar las movilizaciones y que están a años luz del concepto 'democracia'. Dos perlas: un cartel muestra un verdugo accionando una guillotina que corta la cabeza a una persona con la leyenda 'palestino' (si, yo también alucino) en el caso del verdugo y 'Botín' en el caso del decapitado. Como la pena de muerte me da asco, decido que el cartel me da asco también por muy poca simpatía que yo sienta por Botín. La segunda perla: pasa un grupo de chicos repartiendo fotocopias. Tomamos una de ellas. Leo lo que dice el papelito. Se habla de destruir el sistema, de atacar bancos, comercios y, esto ya lo supongo yo, de destruir la civilización occidental e irnos al campo a cultivar cebollinos y beber leche de cabra mientras practicamos el amor libre y la fraternidad universal. Eso los que sobrevivan, pero como soy un tipo suspicaz temo que los que pretenden que queden vivos son ellos y sus amiguetes. Tampoco me hace gracia eso. Me suena que hubo un señor hace unos años en nuestro país que pensaba igual. Lo malo es que estaba en la cúspide del poder. Ahora no es el caso, por suerte.



4.Sol. Casi a la vez, se levanta un grupo de jóvenes que está al lado con reivindicaciones no violentas y respetuosas con todos los seres humanos, sean cuales sean sus ideas, incluso Botín y todos aquellos a los que queramos considerar causantes de nuestra desgracia actual, que me permitiréis que yo sitúe en algún paraíso fiscal, lejos de nuestras fronteras mientras se ríen de nuestras movilizaciones y de todos los títeres contra quienes cargamos mientras ellos se dan la vida padre. Da igual. Si prospera lo que hay de fondo en esta movilización les esperan tiempos no tan buenos (no me hago demasiadas ilusiones, igual pierden unos cuantos millones pero no dejarán de ser quien son). Lo importante es que los jóvenes que se levantan con esos carteles improvisados en fotocopias quieren tener un futuro para poder vivir mejor que sus padres y ser todo lo felices que puedan, siendo también lo más solidarios posible con quienes no tienen lo mismo que ellos. Quieren tener la posibilidad de jubilarse a una edad razonable con una pensión suficiente. Quieren poder tener hijos y darles una buena educación y tener una buena sanidad pagadas con sus impuestos y gestionada por el estado. Quieren una vivienda digna, un trabajo digno. No llevan escritas palabras altisonantes en sus carteles para adjetivar sus reivindicaciones ni pretenden que nadie vaya a la hoguera, a la horca o al paredón. Simplemente quieren más democracia y quien quiere más democracia no puede ser acusado de querer destruir el estado, de querer vivir del cuento o de ser un insolidario. Quieren, en definitiva, que se cumpla la Constitución, que dice en su artículo primero:

España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

Yo que, gracias a la indefinición de la palabra, que no a mi falta de pelo, puedo llamarme joven, tal vez quiera eso mismo o algo parecido (a estas alturas me conformo con menos, por una cuestión de austeridad, pero defiendo al que lo quiere todo). En cualquier caso, no creo que quienes están en sol pidan nada desorbitado. Sólo defienden lo social, lo democrático, el Derecho, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. De momento, yo propongo que empecemos por lo último, que parece lo más sencillo (aunque no lo sea): reformemos la ley electoral y dejemos que el plurarismo político deje de ser una parodia bipartidista. Y que empiece a salir el sol.

10 de abril de 2011

Pienso a domicilio

Al principio, mi mente focalizada vio así el cartel:

Pienso2

¿Un filósofo por horas? ¿Como el relato de Woody Allen?

Luego, un poco más calmado volví a la realidad:

Pienso

15 de marzo de 2011

Walter Benjamin de cerca


Ahora ando escribiendo un artículo, comunicación o lo que sea sobre Tarantino, poniéndolo en relación con Walter Benjamin. Benjamin es un filósofo, cercano a la escuela de Frankfurt y discípulo de Horkheimer, que habló sobre el problema de la obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica, entre otras cosas, mucho antes de que internet estuviera en la imaginación de quienes la pusieron en marcha (si es que habían nacido).

La figura de este filósofo tiene relación con España puesto que Walter Benjamin murió en Port Bou, un pueblo de Girona que tenía un paso ferroviario internacional compartido con Francia, en circunstancias bastante románticas el 26 o 27 de septiembre de 1940. Según yo había leído, Benjamin se suicidó al creer que el gobierno español iba a entregarle a los nazis, teniendo en cuenta que era el año que era y que si nuestro filósofo estaba en España no era para tomar el sol, sino porque venía huyendo desde París de la invasión de Hitler, que acababa de iniciar su andadura por Europa, tratando, en teoría, de llegar a Lisboa para finalmente irse a los Estados Unidos donde le esperaban Adorno y otros amigos. Al llegar a la frontera con España fue retenido por las autoridades junto con el grupo que le acompañaba puesto que Franco había dado órdenes a los puestos fronterizos de no dejar pasar a nadie que viniera de Francia sin salvoconducto. Benjamin había cruzado la frontera a pie y no tenía la documentación en regla. Ese mismo día 26 quedó alojado en una pensión del pueblo y el día 27 amaneció muerto. Al parecer, las autoridades se apiadaron de los acompañantes y permitieron su entrada en España.

Antes de leer nada sobre las circunstancias de su muerte yo creía que Benjamin se había pegado un tiro. En mi imaginación lo veía enfrentado a un espejo (supongo que la historia de Larra influyó en mi imaginario) con la pistola en la sien. Más tarde me enteré de que Benjamin no se suicidó así, sino que murió por una sobredosis de morfina. Además hay quienes propugnan que en realidad no se suicidó, sino que la sobredosis fue accidental -Benjamin era adicto al opiáceo-, o incluso que es posible que fuera asesinado.

Todo esto no deja de ser un anecdotario histórico que puede consultarse en las enciclopedias pero si escribo sobre Benjamin en mi blog es porque un día de verano de hace un par de años pasamos por Port Bou como parte de nuestras vacaciones. Allí, en mitad de un bulevar cercano a la playa había un cartelito que informaba resumidamente de la peripecia de Benjamin y se invitaba a recorrer un itinerario turístico basado en los lugares que probablemente visitó durante su estancia allí. Al leerlo recordé que yo había tenido que dar clases sobre él cuando fui profesor de Teoría de la Comunicación por un tiempo y también recuperé esa historia del suicidio que yo había archivado en abstracto sin saber muy bien sus causas y sus circunstancias. No hice el itinerario pero pensar que Benjamin era un hombre, una persona que existió realmente me hizo sentirme solidario con él. Yo siempre le decía a mis alumnos que aunque estudiábamos ideas, los teóricos de la comunicación eran personas concretas y que muchas veces lo que pensaban esas personas podía obedecer a circunstancias que aparentemente no deberían influir en una obra teórica: el mal tiempo, una enfermedad fastidiosa, un desengaño amoroso, una factura inesperada y cosas así. Encontrarme con Benjamin, la persona, me confirmó que ponerle cuerpo mortal a los pensadores es el mejor modo de entender mejor lo que piensan.

La misma tarde en que yo recorrí junto a Sonia las calles de Port Bou numerosas personas tomaban el sol y se bañaban en la playa del pueblo, ajenas a la tragedia histórica que se había desarrollado setenta años antes allí mismo. Me imaginé que, puesto que Benjamin había muerto entre el 26 o el 27 de septiembre, era muy probable que ese día la playa estuviera concurrida al menos por quienes paseaban para no perderse un día luminoso y aprovechar las temperaturas suaves que ese septiembre de 1940 se disfrutaban en la ciudad costera. No creo -a pesar del itinerario Benjamin que proponía el cartel del ayuntamiento del que hablé antes-, que él tuviera tiempo para paseos.

Estaría cansado después de la caminata a través de los Pirineos, sin fuerzas para discutir su situación con unas autoridades poco dadas a entenderse con judíos comunistas. Benjamin tenía 47 años, sólo dos más que yo pero en las fotos siempre le veo avejentado detrás de sus gafas, su bigote y sus canas y me lo imagino taciturno y callado mientras un guardia civil le pide los papeles al guía que acompaña al grupo; luego, un intento inútil por explicarse y la conducción al alojamiento, su desesperación, sus dudas y su necesidad de aliviar tanto dolor.

El otro día volvía a casa de dar un paseo, en Madrid, y me encontré con este collage, obra de un artista callejero del que me encuentro de vez en cuando cosas así con diversos temas. Me sorprendí sintiendo cierta satisfacción, como la del que se encuentra con un amigo a quien no ve hace mucho. Para mí fue como un regalo y me creo que fui de los pocos que entendió perfectamente qué significaban esas fotocopias pegadas en una baraja del barrio de las letras.


9 de marzo de 2011

Algo pasa en Madison - Wisconsin - Estados Unidos de América

No sé si os habéis enterado de la que se ha formado en Madison con el tema de la crisis. El resumen viene a ser que el gobernador del estado ha propuesto que se anulen los derechos de los trabajadores. Ese es el resumen. Quien quiera más información que la busque. Yo me decidí a hacerlo en Google poniendo la palabra Madison. El segundo resultado me confirmó que estamos a punto de que nos arrase una ola de estupidez…

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5 de febrero de 2011

Preludio a una película de terror...


¿Soy el único que ve algo inquietante en este tíquet de compra del Lidl que me dieron ayer?

18 de enero de 2011

Mi nuevo Mac

Bueno, sí, he caído en las manos de los chicos de Cupertino. En realidad he vuelto, porque yo, señoras y señores, soy uno de esos locos usuarios que se gastaron una pasta (creo que, si no recuerdo mal, unos 1800€ de los de 1991, cuando todavía no había €) en comprar un Classic. En ese momento (bueno, como ahora), comprar un Mac era entrar en la era de la modernidad y el buen gusto. Los PC’s eran pasto del MSDOS y todo había que hacerlo a base de tecla y terminal de ordenador (era muy divertido y fastidioso tener que poner algo así como *b* cada vez que lo siguiente tenía que ir en negrita). En definitiva, que si querías hacer algo de manera fácil y cómoda tenías que tirar por Mac. Yo pasé de un Amstrad 6128 al de la manzana, así que aluciné cuando saqué mis primeros trabajos para las asignaturas de la universidad editados con MacWrite e impresos en una Stylewriter con la impresionante tecnología de chorro de tinta que apenas empezaba a dar sus frutos.

Ese primer Mac estaba fabricado en Irlanda. En ese momento era un país con mano de obra barata que acogía a empresas, como Apple, que buscaban deslocalizar (me gusta ese neologismo porque tiene una connotación que huele a capitalismo neoliberal con pocos escrúpulos* que define mejor el término) la producción a sitios más baratos. Cuando lo encargué sólo sabía que la sede central de la empresa estaba en California. Lo de Irlanda me lo dijo el vendedor de la tienda (un emprendedor admirable que apostaba por algo que tal vez podía ir bien pero que en ese momento no estaba tan claro). Di una señal, me llevé un albarán y a casita a esperar sin más noticias que las que pedí un poco desesperado unos quince días después al ver que no me llamaban. Creo que tardaron como un mes en tenerlo listo para poder recogerlo. Un día por fin me dieron la buena noticia y me dijeron que podía pasar a por él. En casa, mientras empezaba a alucinar con el Finder, olvidé todo el tiempo que había pasado esperando y se me desdibujó el proceso por el cual ese ordenador había llegado a mis manos.

En esta ocasión, dado que disponemos de eso que se llama internet, no me he podido despegar de ese proceso, aunque tampoco he querido. De momento, el encargo no lo he hecho en una tienda física, sino desde una página web de la tienda Mac de la URJC (que tiene unos precios como 200€ más baratos en el caso de mi ordenador). Una vez confirmado el pedido, me han mandado un correo diciendo que el ordenador me lo mandaban en tres días desde la planta de fabricación que, cómo no, en esta época no se encuentra en la intervenida Irlanda (tal vez en parte por eso está intervenida), sino en la pujante, contaminante y /ironía on/ defensora de las libertades individuales y de expresión /ironía off/, como todos ya saben, China (ahórrense las críticas a mi crítica por ser un incoherente; ya se ha demostrado que tratar de prescindir de productos fabricados, manipulados o, de un modo u otro, relacionados con China, sobre todo en el caso de la tecnología, es poco menos que imposible, así que da igual a quién le compremos el ordenador: como mínimo, alguna pieza estará fabricada allí).

Como me dan un número de seguimiento, he podido ver el camino que recorre mi ordenador hasta llegar a la puerta de mi casa. Aquí la foto:

Captura

Alucino con la rapidez pero en esta ocasión me pongo más ansioso que cuando pedí mi primer Mac hace veinte años. Supongo que es por la cosa de que ahora se ha impuesto el ‘lo quiero ya’, una vez arrojadas al retrete las recomendaciones psiconalíticas para posponer el placer y tener paciencia en un mundo poco dado a reconocer la existencia de inconscientes, subconscientes y otros elementos oscuros de nuestra psique, con las consiguiente incapacidad para tolerar la frustración y soportar el no. Pero vamos a dejar de irnos por las ramas, que me pierdo.

El ordenador me llega finalmente, pero descubro un problema en el trackpad en los cinco días que lo uso. Llamo al servicio Apple Care (en esto son un poquito pedantes, pero les funciona llamar a las cosas con otro nombre, tal vez porque son otras cosas). Me sorprendo porque no me atiende alguien que pronuncia como si tuviera una patata en la boca o creyendo que por ser latinoamericano hablamos el mismo dialecto y le voy a entender sin que tenga que hacer él el más mínimo esfuerzo –y no me estoy metiendo con los latinoamericanos, o al menos no por su origen; podría decir lo mismo de una gran parte de los gaditanos que hablamos entre nosotros a veces como en una especie de lenguaje sms en el que falta la mitad de abecedario, lo que complicaría nuestra comunicación con seres menos dados a la economía fonética o nos obligaría a montar servicios de atención exclusiva al cliente gaditano (“¿Qpsa, picha?” “Casaío el rute al caraho, coone” “Porreinisia y no sea majartible”) si atendiéramos sin renunciar a nuestra idiosincrasia. Lo que ya me deja sin habla es que sea la chica de Apple la que me anime a que, ya que el ordenador está recién comprado, nos dejemos de tonterías y lo devuelva, en lugar de obligarme a hacer esas cosas a las que te obligan los que te atienden cuando llamas a tu compañía de internet, como reiniciar todo lo reiniciable, apagar, encender, y volver a llamar cuando te olvidas de que al apagar el router también se apaga el teléfono.

El sistema de devolución es sencillo: me dan un numerito que yo pongo en la caja donde voy a devolver el ordenador. Al día siguiente me llaman de una empresa de transportes y me mandan un albarán con los datos. Al cabo del rato viene un señor y se lleva el paquete. El ordenador no vuelve a China, sino a Eindhoven, en Holanda, ahí al lado de Colonia. Me da entonces (bueno, lo he hecho desde que lo pedí, pero literariamente queda mejor decirlo así…) por ver cuál es el camino que está siguiendo el paquete en Google Maps. Al principio, cuando miro el mapa a una escala grande la ruta se me sale de la pantalla pero cuando reduzco esa escala (¿o es al revés: escala pequeña / ampliación de escala? Con esto nunca me aclaro) para que la línea imaginaria que une los puntos sea abarcable de un sólo golpe de vista empiezo a comprender a los CEOs: ellos no ven el mundo como algo enorme, sino como un tablero donde se mueven las piezas de un punto a otro con rapidez y facilidad pasmosas, siempre que se tenga dinero suficiente para pagar el proceso. Mientras amplío y reduzco el tamaño del mapa, como en un juego, pienso en un gaditano de la viña, parado e incapaz de separarse de su playa Caleta; en un irlandés parado también que se siente deprimido porque en su barrio y en su país las cosas no van bien; en un chino que, después de montar cientos de ordenadores, se va respirando humo por las calles de Shangai tratando de que se le vayan los deseos de suicidarse, angustiado por tanta presión en el trabajo. Me siento tentado de cancelar el encargo de ese ordenador flamante pero me lo pienso mejor y decido utilizarlo para escribir estas cosas más fácilmente. Es el sino de este tiempo: uno no termina de tener claro si debe renunciar a todo y abominar de la sed capitalista de consumo o si debe aprovechar las herramientas de ese mismo capitalismo avasallador* para ponerlo en evidencia. De momento opto por lo segundo, bueno, en la medida en que uno puede hacer estas cosas, porque hace tiempo que me afeité la barba de profeta y ya no encabezo la rebelión aunque algo de rebelde me quede. Y, sobre todo, decido cerrar el Google Maps y dejar de mirar países como si fueran casillas del Monopoly y me voy acercando suavemente a darle un beso a mi chica que está aquí al lado y la puedo tocar y reírme con ella. Por suerte, me falta un puntito de dios para terminar de mirar el mundo como probablemente lo miran cada día todos los CEOs del mundo.

*Para seres pensantes: obsérvese la ausencia de comas. Lo malo del capitalismo salvaje o del comunismo totalitario no es que sean capitalismo o comunismo, sino que sean salvajes y totalitarios.

3 de enero de 2011

El poder y el deseo

Leo la entrevista que le hacen a Andrés Aberasturi (hijo) en EPS (El País Semanal) de este domingo 2 de enero de 2011 y me llama la atención una respuesta que me recuerda aquello que dijo Clinton cuando se le preguntó por su affaire con Monica Lewinski: “Lo hice por la peor razón: porque pude”. Aberasturi dice algo parecido sobre la posibilidad de crear, sobre la presencia de herramientas maravillosas que nos permiten ser cualquier cosa, no porque queramos, sino porque podemos. Dejo aquí testimonio gráfico de mi lectura, puntas de mis dedos incluidas, en el café Faborit de San Bernardo. No me atreví a volver a entrar en un café ‘español’ –para mí, los que no pertenecen a una cadena de esas que prohibían fumar desde su fundación y (ironía on) que están todas arruinadas precisamente por prohibirlo, como Starbucks (ironía off)-porque no me fiaba de que la prohibición de fumar hubiera causado efecto. Lo mismo lo hago mañana o pasado, visto que igual puedo salir de la prueba sin que mi camisa y mi pelo apeste a cenicero. El comentario a continuación.

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Cada vez que me preguntan por mi carrera de cineasta suelo terminar hablando de que ahora mismo no eres nadie si no tienes un móvil con conexión a internet o no has rodado un corto. Yo, que la asignatura de rodar cortos la aprobé con nota hace casi quince años, me encuentro ahora con que cada vez tengo menos ganas de rodar. Tal vez suene petulante pero no me gusta entrar a competir con el primero que ha salido corriendo a filmar una parida con su cámara y ha conseguido sus treinta segundos de gloria a base de ser, con toda probabilidad, ingenioso o escandaloso. No me interesa ser ni lo uno ni lo otro. El ingenio está sobrevalorado, y estoy de acuerdo con Marina (Elogio y refutación del ingenio) en que no deja de ser un divertimento de la inteligencia, algo que nos puede hacer gracia, al estilo de un monólogo de humor de los de Paramount Comedy pero sin fondo alguno. El escándalo se lo dejo a la caterva de Belenes Esteban que pulula por ahí deseando matar a su padre o matar por su hija, para salir en televisión. En definitiva, me da pereza tener que andar reivindicando mi deseo de ser cineasta entre cientos de otros tantos cineastas que lo son sólo porque pueden, a veces con un resultado, en lo que se refiere a la capacidad para comunicar sus obras, mucho más efectivo, todo hay que decirlo.

Por otra parte, también me pregunto hasta qué punto soy lo que soy porque puedo o porque quiero. Se puede decir que soy profesor principalmente porque puedo y no tanto porque quiero. ¿Y qué quiero? ¿Quiero ser actor? ¿Quiero ser músico? ¿Quiero ser escritor? ¿Quiero ser director? Hay algo que no dice Aberasturi y es que cuando uno puede algo y lo puede fácilmente (ahora es tan sencillo rodar con cualquier cámara, montar con cualquier ordenador, distribuir desde internet, para hablar tan sólo del mundo del cine o, en mi caso, es fácil seguir siendo profesor ahora que he consolidado de una manera contradictoriamente provisional una cierta posición) lo que quiere puede quedar sepultado debajo de esa facilidad, debajo de la comodidad que supone no enfrentarse a la corriente que le lleva dulcemente por un camino que tal vez sea incluso conveniente o agradable o envidiable pero que no es el por el que uno luchó, por el que uno habría dado tanto… Supongo que es el sino de la mayor parte de los mediocres del mundo, que no son los que viven felizmente una vida anodina, sino los que habiendo vislumbrado una posible gloria –tal vez falsa, tal vez inalcanzable, pero en cualquier caso sin haber trabajado hasta la extenuación, que es el único modo de trabajar en estos casos, por conseguirla- tienen que conformarse con una cotidianeidad un tanto funcionarial. Todavía tengo ataques de rebeldía. Tal vez quiera eso decir que vislumbro esa gloria –la gloria de ser fiel a mi deseo, no la gloria de la fama o la popularidad- y que aún creo estar a tiempo por luchar hasta la muerte para conseguirla. Igual empiezo mañana.