11 de septiembre de 2010

Cuando me fui de Salamanca

Revisando el diseño de mi página web me he encontrado con un texto que había olvidado. Se trata de la carta que escribí a mis alumnos de Salamanca en octubre de 2008 comunicando que me marchaba a la URJC. Lo rescato para el blog porque creo que algunas de las cosas de las que digo siguen siendo ciertas y para tener presentes algunas partes de ese horizonte que a veces dejo de mirar...

Estimados/as alumnos/as:

A partir del próximo 1 de octubre dejaré la ciudad de Salamanca para trasladarme a Madrid como profesor de la Universidad Rey Juan Carlos I. Esto quiere decir que dejaré de impartir las materias que hasta ahora tenía a mi cargo en la Universidad salmantina. Siento que la noticia llegue un poco por sorpresa, pero también yo he sido sorprendido por la posibilidad de marcharme.

En esta universidad he pasado casi ocho años desde que llegué en 2000 de forma azarosa, hasta este momento, en que me marcho de un modo no menos azaroso. Tengo que deciros que los mejores momentos que he pasado aquí están unidos de uno u otro modo a la presencia de algún alumno o alguna alumna que, finalmente, se convertía en amigo o amiga; y una de las cosas que más echaré de menos al marcharme será el contacto directo (a veces demasiado directo :-)) con los alumnos y alumnas de esta universidad. Los que me han conocido de cerca saben que al inicio de cada curso me sentía nervioso ante la expectativa que se presentaba de conocer a nuevas personas con las que iba a compartir lo que soy, por esta impudicia mía que me impide quedarme encerrado en mi burbuja para pasar a contar intimidades que a veces a alguno le parecían incluso divertidas. Supongo que no a todos les gustaba mi estilo, pero siempre traté de que la docencia en esta universidad fuera algo más que un simple trámite y que se convirtiera en un modo de poner en contacto diversos modos de entender la vida y el mundo. Ante la visión de una universidad convertida en una pieza más del engranaje económico-empresarial en la que primaría la investigación aplicada a la tecnología yo apoyo otra más humana, o más humanística si se quiere, en la que la que el paso por las aulas universitarias no sea tan sólo un modo de ponerle el marchamo (esa especie de medallita que acredita el origen del producto) a los chorizos que salen por su puerta, sino un momento para discutir, para reflexionar y para tomar conciencia.

Alguno/a puede preguntarse por qué no me quedo en Salamanca. Los/as que me conocen ya saben la respuesta. No se trata tanto de que no me guste el trabajo o la universidad -sobre todo ahora que parece que, por fin, va a contar con un grado en comunicación y hay expectativas para quien quiera hacer carrera como profesor-, como que no me he adaptado a esta ciudad. Siempre he echado en falta, parafraseando a Frank Sinatra en New York, New York, despertarme en una ciudad que nunca duerma (y no me refiero a los bares que abren hasta el amanecer, que en Salamanca no faltan:-)). Tampoco puedo dejar de lado el hecho de que a mí el frío me mata. Les parecerá una tontería a algunos/as, pero eso de tener que ir con diez capas de abrigo (la conocida teoría de la cebolla que aprendí aquí) de noviembre a marzo me dejaba exhausto y deprimido a mí, acostumbrado desde chiquitito -que diría un castizo gaditano- al sol y a la playa y a los 20 grados en enero. Así pues, decido solidarizarme con el colectivo mayoritario que en esta ciudad está de paso y que, un día u otro, dice adiós a una época inolvidable, aunque en mi caso no sea la mejor de mi vida -pero sólo porque creo que la mejor época de la vida de cada uno está siempre por venir y no porque en Salamanca no lo haya pasado bien (aunque también lo haya pasado mal) y dejo ya la retórica.

En fin, que los/as que queráis saber de mí me tendréis a vuestra disposición en la capital del reino a partir del uno de octubre. Sé que me esperan meses de adaptación, pero los vivo con la expectación y la emoción de quien abre el paquete que le acaban de dar. Espero que hayan acertado con el regalo.

Un abrazo a todos y a todas.

10 de septiembre de 2010

David Cantero


Leo en El País, una entrevista a David Cantero en las páginas dedicadas a la televisión -cuando compro el periódico es una de las primeras que miro porque supongo que el ex realizador de televisión tira al estudio-, que recomiendo por lo corta y por la honestidad que transmite. A David lo conozco de lejos, de cuando participó como actor en un par de cortos del colectivo Cinexín en la Sevilla de finales de los 90 y sé que tiene un fondo intelectual más allá de su buen porte. En esa época estaba en Telesur, el centro de producción de TVE en Andalucía. Lo que me interesa de todos modos no es hacer recuento biográfico de mi relación -inexistente- con él, sino destacar -sin tampoco pretender elevarla a los altares de la filosofía occidental- una frase que sirve de titular a la entrevista:
    "Es muy entusiasmante poder decir a mi edad, 49 años, que soy el nuevo en algo".
Reinventarse, ser nuevo, con la edad que sea. Saber que hay cosas que aprender, algo que puede empezar. Esto sirve para los de 49, pero también para los de 23 que se me acercan diciendo que son ya mayores para esto o aquello. Me hacen gracia porque yo, que generacionalmente estoy bastante cerca de Cantero, estoy con él en lo de la reinvención, en el entusiasmo que produce poder iniciar un proyecto nuevo, atreverse a cambiar, y me asombra que ya con veintipocos años se piense que uno es viejo. Recuerdo cada una de las veces que he cambiado -de trabajo, de ciudad, casi de amigos- y siempre me acompaña la misma sensación: un poco de miedo, y mucho entusiasmo, el entusiasmo de sentirse vivo ante un nuevo reto. Trato de mantener esa vitalidad cada curso, en el caso de las clases. Entro con fuerza, con ganas, con humor. Demasiadas veces me encuentro con una respuesta fría a pesar de que siempre surgen algunos pares de ojos brillantes de quienes sé que serán los que muevan el mundo a poco que les dejen y no abandonen. El resto es abulia, adocenamiento -me gusta esta palabra de curas que se seguirá entendiendo perfectamente mientras los huevos se resistan a ser vendidos según las normas del sistema métrico decimal-. Supongo que la pasión no cotiza al alza en estos tiempos, aunque dentro de las aulas me da la impresión de que ni siquiera está bien vista. Tampoco me entienden del todo cuando digo que quiero llevar erotismo a la clase. No han leído a Bataille y no se enteran de que esa palabra no sólo tiene que ver con las películas de porno soft. Este curso, de todos modos, he decidido mirar más a los ojos que brillan y dejar de fijarme en los ojos que, como los de las pescadillas que no están frescas, se ven ya turbios. En estos últimos ojos se empieza a adivinar una sombra apagada de trabajador asalariado hastiado, con trabajo en turno fijo, dos horas de tele por la noche y pocas ganas de hacer o vivir nada más. Los ojos brillantes, en cambio, me devuelven el reflejo de una persona viva que sigue siendo un entusiasta, el superviviente que cada día se reinventa para que, al estilo Stanislavski, cada vez sea la primera vez.

8 de septiembre de 2010

El buen bailarín

Un equipo de psicólogos de la Universidad de Northumbia (al noreste de Inglaterra) junto a colaboradores del grupo de Psicología Evolucionista de la Universidad Georg-August de Gotinga (norte de Alemania) ha investigado qué modo de bailar hace que las mujeres se fijen en los hombres, definiendo dos grupos de buenos y malos bailarines. Como soy un danzarín de esos que avergüenzan a los amigos cuando van conmigo a las discotecas porque cuando bailo no me limito a imitar a un mono caminando, sino que parezco un cruce de Michael Jackson y Giorgo Aresu, leo el resumen de prensa del estudio para saber si soy un buen bailarín o si, por le contrario soy de los malos. Lo siento, chicos, pero está científicamente demostrado que si no ligo es porque no quiero. Soy de los buenos. A partir de ahora voy a vengarme por cada una de vuestras miradas de condescendencia. Vosotros podéis ir tomando lecciones para empezar.



Y para el curso superior de baile, el maestro de la noche cuando yo tenía 12 años (ahora está un poco más fondoncillo pero es mejor actor) . Creo que esta secuencia la llevo marcada a fuego en mi inconsciente bailongo...



7 de septiembre de 2010

El rock, la revolución y el relativismo

En mi Ipod suena una canción del disco Abril en Managua, donde se recoge el concierto por el primer aniversario de la revolución que llevó al poder a los sandinistas. Es una canción de Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina (a los que conocimos durante el franquismo por canciones tan aparentemente inocentes como Son tus perjúmenes mujer o Clodomiro el Ñajo). La canción habla de pueblos, de obreros que luchan y de protesta y alegría de la gente que estaba harta de soportar la opresión y que apoya la revolución. Termina la canción y como tengo el Ipod en modo aleatorio salta aleatoriamente al She came in through the bathroom window de los Beatles. Interpreto el hecho de un modo semiótico (para evitar decir providencial o algo más religioso o esotérico). El Ipod, instrumento contemporáneo de ubicuidad musical, hace sonar primero la revolución de los sandinistas -antes de que se volvieran católicos y antiabortistas y el propio Carlos Mejía renegara de ellos- pero luego sumerge la ideología en un baño de diversión rockera, claro (aunque esta canción en concreto no sea de las más rockeras del mundo). El rock no era una revolución social. No era una revolución (claro que también se podrían hacer interesantes analogías entre los revolucionarios reconvertidos en dictadores y los rockeros ancianos reconvertidos en patéticos espejos de lo que una vez fueron). El rock era sólo un modo de gritar, con sus letras que a veces no decían nada en concreto, al estilo de lo que ahora hace Bigott. Por eso sigue vivo: seguimos gritando, aunque no sepamos por qué. La canción de autor sosegada o revolucionaria huele a rancio: tenía un mensaje contingente y la contingencia ha pasado de largo para dejar un pasaje desolador en el que mis alumnos se apuntan a los castings de Gran Hermano y les molesta que yo critique a Belén Esteban como animal catódico (aunque en esta expresión no me queda claro cuál es el adjetivo). La canción revolucionaria me trae un recuerdo del tipo que una vez fui y me hace plantearme la habitual pregunta cuarentona de ¿en qúe me he convertido? Sigo siendo un tipo relativamente inadaptado y añoro una revolución que nunca llegó, que nunca podría haber llegado y que, de haberlo hecho, probablemente me estaría dando motivos ahora mismo para ser un disidente. Ahora todo es relativo. De hecho, en este post no sé si estoy defendiendo la revolución o el rock o poniendo a parir a las dos cosas. Supongo que da un poco igual. Da lo mismo que uno sea rockero, revolucionario, liberal, anarquista o vendedor ambulante. Todos estamos en internet y tenemos un blog como éste. Viva Ortega. Viva Elvis.

2 de septiembre de 2010

Se va la Transversal

La noticia de su marcha me hizo pegar un respingo en la cama y no es que no durmiera la noche en que Paco Tomás la dio, pero me costó un poco más de lo habitual retomar el sueño (también es verdad que estaba de vacaciones en Jaca y en el hotel, aparte de extrañar la cama, las tuberías del agua caliente, que pasaban por el suelo, se dilataban y se contraían, haciendo ruido y caldeando el ambiente de la habitación, ya calentito de por sí, hasta convertirla en un trasunto de sauna sueca). Por algún extraño motivo desde que escuché el primer programa de La Transversal me parecía que mi pensamiento y el de los creadores del programa estaban conectados hasta el punto de que chistes e ideas absurdas que yo había imaginado pero no contado a nadie porque nadie las entendía, aparecían de repente en boca de Chisca o de Paco Tomás. Eso me ayudaba a pensar que yo no era tan raro y que algún dios bienintencionado me daba la oportunidad de expresarme sin tener que molestarme en escribir o hacer un programa de radio. Llegué incluso a pensar en ponerme en contacto con ellos para darle la réplica a Chomsky, al que yo ya había imaginado hacía tiempo pidiendo dos cañas en la cervecería de la esquina, o proponiendo a Chisca, cuya voz resonaba en mi interior mucho antes de que pudiera escucharla por antena, alguna leyenda urbana para que me diera su dictamen. Todo eso se acabó sin embargo y ahora me siento frustrado. El mundo me parece un poco más mediocre que ayer.

P.D.: Me entero por el blog de Paco Tomás de que sigue en la casa en dos programas. ¡Me alegro mucho!