17 de marzo de 2008

Pedro Guerra, Jim Jarmusch, Internet y yo


1. No creo ser un mitómano de esos que se lanzarían sobre su ídolo para comérselo a besos o, lo que podría ser peor, matarlo para ser famoso por un día. Digamos que gestiono mis fansticidades de la mejor manera posible, reducióndolas a dos o tres personas a las que considero maestros en alguna de las artes que intento dominar. Uno de ellos, en el terreno de la canción, es Pedro Guerra. El otro día daba un pequeño concierto de presentación de su último disco, Vidas, en la FNAC de Callao en Madrid, así que me acerqué a verle. Como ya digo que no me gusta lo de la mitomanía, yo voy en plan "le escucho, le miro de lejos y luego me marcho como un señor". Esto tiene el problema de que no planifico la compra del disco con antelación para que me lo firme al final del recital. Así que henos aquí a Sonia (mi compañera) y a un servidor tras el concierto, corriendo por las escaleras del centro comercial para cazar un ejemplar del disco antes de que "Pedrooooo..." (en plan Penélope en noche de entrega de Óscares) se marche y me deje compuesto y sin firma. Por suerte, como soy un listillo sé que si me coloco en las cajas del final la cola será más corta a la hora de pagar, así que consigo llegar de los últimos a que Pedro, todo paciencia y tranquilidad, con gesto de quien ya sabe lo que son estas cosas, me firme el disco y luego ponga cara de póker amable cuando posa para la foto. La he recortado porque en plano general a los dos se nos nota cierta curva de la felicidad, a pesar de que somos, básicamente, delgados y no quiero hundirle la carrera a este hombre que ha tardado tantos años en labrarse su imagen.


2. Cuando voy a Madrid es habitual que coma con Sonia en un Frescco, que es una cadena de restaurantes con un buffet relativamente barato para lo que son los precios de la capital, en donde uno puede ponerse de lechuga hasta las orejas. De este modo aunque también se puede comer pizza y pasta hasta las mismas orejas, uno se siente como más dietético. Cosas de no alimentar en demasía la curva de la felicidad de la que antes hablaba. Bueno, pues estaba yo hoy mismo almorzando con Sonia en el susodicho de la calle Silva cuando ella me dice que mire al fondo porque le parece que ese que asoma por ahí es Luis Tosar. Yo miro y confirmo. Es Luis, sí, con un aire despistado de quien va a ese restaurante por primera vez y no conoce el ritual de "primero el plato de ensalada, luego la bebida, luego el pago, luego a la mesa y luego los platos calientes, los postres y el café". Ya estoy acostumbrado a ver caras conocidas por Madrid (no comentaré aquí mis fugaces encuentros en las colas de los cines, principalmente, con Juan José Millas, Javier Bardem, Fernando León de Aranoa o Boris Izaguirre, por poner unos cuantos), así que tras echarle un vistacillo vuelvo a la comida. Sin embargo, cuando me encuentro masticando un trozo de pizza en el apartado menos dietético de mi comida, vislumbro un rostro familiar en la cola de los platos calientes. Lo he visto en una película americana... Tal vez en... ¿Cuál era...? Y de pronto se hace la luz en forma de estanco de Manhattan en el que un personaje de Smoke (¿o era de Blue in the Face?) relata a cámara no sé qué cosa. Este tipo es ¡Jim Jarmusch! Se lo digo a Sonia que me mira con aire despistado. Hay nombres que a ella no le suenan. Ha visto varias películas suyas, pero no lo identifica, hasta que le digo que es el tío que ha dirigido una de las últimas películas que hemos visto en el sofá de su casa, la de Flores rotas. Luis Tosar y Jim Jarmush juntos en un restaurante buffet casi vegetariano, rodeados de otros individuos con pinta de estar trabajando en una peli... Decido entonces, en un acto de valentía, coger mi teléfono móvil de última generación para ver si me puedo conectar a internet desde la silla y ver qué se traen estos entre manos. Tras meter "Jarmusch" y "Tosar" en el Google se desvela el misterio que no es otro que la última película del norteamericano en la que también trabajan Óscar Jaenada y Bill Murray, al que durante unos minutos espero ver en la cola, pero nasti de plasti. Supongo que no está, por lo menos hoy. Flipo un momentito con las nuevas tecnologías que me permiten saber de todo sin preguntarle al de la barra si sabe algo de porqué comen allí gentes tan famosillas y tal. En fin, como mi afán mitómano no es, como dije, lo suficientemente exagerado, no me atrevo a pedirle al director de Dawn by law que me deje hacerme una foto con él, pero en una oportunidad que tengo, le robo una foto muy mala, mientras se aleja de la fila de platos calientes con un poco de pizza. La prueba de que no miento ahí va, y de verdad que ese tío que se ve borroso es el mismísimo Jarmusch. Tal vez me arrepienta algún día de haberle tenido tan cerca y no haberle dicho que se hiciera una foto conmigo. Con lo que eso mola...

No hay comentarios: