Desde que no escribo en el blog han pasado muchas cosas. De hecho, no he escrito en el blog PORQUE han pasado muchas cosas. Primero, rodamos la película que estábamos preparando. Todo el mes de agosto lo pasé en Madrid, entre Tribunal y Tres Cantos, viajando diariamente con Sonia en una combinación de metro y cercanías. Dirigí, actué, produje y, sobre todo, me estresé. Conclusión: hacer largometrajes sin presupuesto es muy bonito y tal, pero a mí me deja extenuado porque me siento responsable del bienestar del equipo. Creo que ésta va a ser la última película que haga en estas condiciones. El proyecto Manhattan fue un tanto diferente porque, quieras que no, estaba la Universidad Rey Juan Carlos detrás pero Hollywood, la nueva película, ha sido un proyecto de Ramón y mío, con el apoyo permanente de Sonia, eso sí, y se ha notado el salto al vacío. De todas formas me quedo con la enorme alegría que ha supuesto trabajar con personas como Paco, nuestro dire de foto que se vino desde Cádiz; Alba, que se suponía que venía de becaria y que se implicó como una más; Álvaro, que también se vino desde Jerez a hacer de todo, sobre todo sonido; Montse, siempre atenta a las necesidades del equipo; Héctor, un hombre para todo; Laura, nuestra operadora de cámara; David, amigo de Paco que se incorporó a ayudar en lo que pudo; en fin, todo un equipo al que se agregaron los actores y actrices que fueron pasando cada día por el set. Ha habido momentos de tensión, pero los hemos superado y al final todos hemos quedado contentos. Pero la próxima, si es que la hay, será con tranquilidad para mí, o no será. No me gusta producir. Lo repito: no me gusta producir. O mejor dicho, no me gusta producir sin presupuesto. Lo dejo escrito aquí para recordarlo cuando me dé por hacer otra peli sin dinero.
Eso no es todo. A finales de agosto se confirmó que me contrataban en la URJC, o sea, la Universidad Rey Juan Carlos, así que el mes de septiembre ha sido de mudanza, cierre de vida en Salamanca y apertura de sucursal en Madrid. Llevaba buscando el cambio desde hace mucho tiempo así que ahora que escribo estas líneas ya instalado en la capital, casi no recuerdo el esfuerzo que ha supuesto reducir el tamaño de mi colección de objetos para poder pasar de vivir en un apartamento, a vivir en una habitación en piso compartido. Por suerte los padres de Sonia me han ofrecido la posibilidad de dejar algunas cosas en la parcela que tienen en las afueras de Salamanca, así que ya llevo aquí un par de semanas con las cosas más o menos ordenadas y muy ilusionado.
Ahora miro atrás y los ocho años que he pasado en Salamanca (cuatro con conciencia plena de estar viviendo allí si tenemos en cuenta que la primera fase en la ciudad la pasé entre cambios y viajes) se me han hecho muy largos. El último año casi no quería salir de mi casa, en el estado de melancolía ciertamente paralizante que me invadió. Ahora creo que estuve al borde de la depresión. Supongo que me libré de ella porque no debo de estar predispuesto genéticamente para sufrirla pero he pasado por momentos en los que he preferido encerrarme en la concha de mi apartamento. No es mi estilo, lo sé, y tengo claro que aunque no hubiera tenido esta oportunidad para trabajar en Madrid habría terminado marchándome. De todos modos he decidido olvidar las malas experiencias y el frío y pensar en las buenas personas y los momentos agradables que pasé en la ciudad, que también los hubo (sobre todo desde que apareció Sonia), ahora que todavía en octubre puedo ir en camiseta de manga corta algunos días por Madrid.
La foto que pongo en esta entrada es de la biblioteca del campus de Vicálvaro de la Rey Juan Carlos. Allí es donde doy clases ahora aunque estos primeros días en la capital los estoy pasando entre constantes visitas a la Biblioteca Nacional donde trato de terminar un capítulo de libro que me han encargado y que con tanta movida no he podido redactar en septiembre que era cuando tocaba hacerlo. En próximas entradas hablaré de mis clases en la universidad. De momento vale.
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