Cuando pedimos perdón sinceramente no lo hacemos en realidad por algo que hemos hecho nosotros, sino que lo hacemos en nombre de ese yo que fuimos antes y por el que sentimos vergüenza ajena o, como mucho, algo de compasión. Conocemos bien al causante de la desgracia o al responsable del error porque convivimos con él mucho tiempo hasta que fuimos otros en el mismo instante en que tomamos conciencia de que habíamos metido la pata. Por esa persona cercana, pero lejana en el momento de la crisis –de identidad se podría decir en este caso-, pedimos perdón para poder seguir adelante sabiendo que nosotros, en realidad, nunca seríamos capaces de hacer ese tipo de barrabasadas. Pido, pues, perdón por Juanjo en este caso, porque hace mucho que no escribe en este blog, dando así mal ejemplo a todos a los que él critica habitualmente por no crear, por no esforzarse en tener una opinión, una visión del mundo y compartirla. Yo le entiendo un poco, pero no puedo aprobar su comportamiento porque yo nunca dejaría un blog tan abandonado como él ha hecho durante todo este tiempo…
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