Los medios de comunicación no iban mucho más lejos. Como yo no veo la tele desde hace unos siete años (bueno, tengo que ponerme al día de vez en cuando para dar mis clases, pero nada más), cada vez que tengo la oportunidad de echarle un vistazo percibo claramente la diferencia entre lo que se cuenta y lo que se oculta, y no porque yo sea muy listo, sino porque no estoy expuesto al masajeo continuo de lo que los medios deciden que son los ‘temas de actualidad’. Lo que me encuentro en el 99% de los casos (exceptuando los programas citados y algunos de Radio 3 de los que hablaba en mi anterior entrada -a los que me temo que les quedan dos telediarios si es que siguen en esa línea, ganen los que ganen-, y algunos otros en lugares más pequeños y con menos capacidad de difusión que los medios más seguidos) es un periodismo servilista entregado no ya al poder, sino al estado de la cuestión que han decidido esos mismos ‘alguien’. Este poder, el de decidir de qué se habla y de qué no se habla es, desde mi punto de vista, el más potente de todos. Es como cuando en una reunión de la comunidad de vecinos un grupo consigue que solo se hable de los ascensores y de la piscina impidiendo que se piense en la posibilidad de hablar de las cubiertas, que a lo mejor son las que están peor, mirando con desdén o incluso con mofa a quienes tratan de apuntar al ruinoso estado del tejado. Pues esto es lo que vienen haciendo nuestros telediarios: se habla de bancos centrales, de agencias de calificación, de mercados pero no de ciudadanos, de posibilidades de participación, del nulo derecho que tienen esos mercados, esas agencias, esos bancos, a decidir sobre nuestro futuro como sociedad.
Hasta que llegó el 15M.
El 15M, por encima de las críticas que se le puedan hacer a su organización, sus fines o su legalidad ha supuesto un corte en ese masaje cerebral que tanto los políticos como los medios nos estaban dando. Para mí, el efecto más rotundo de esta movilización ha sido lo que algunos poetas llamarían un aldabonazo en las conciencias. Desde el 15M no puedo ver información política en la televisión (cuando tomo café en los bares, no vayan a pensar que he dejado la sana costumbre de no verla) sin pensar que estoy asistiendo a un simulacro. Veo mítines, veo declaraciones, veo líderes y todo me parece de cartón piedra, como en una telenovela tipo Amar en Tiempos Revueltos o Cuéntame con personajes estereotipados en tramas un tanto ortopedicas. También desde el 15M, hasta los decorados de los telediarios me parecen sacados de una película de ciencia ficción y les concedo la misma credibilidad que a una secuencia de la Guerra de las Galaxias: me divierten pero al terminar la película sé que C3PO no me espera a la vuelta de la esquina. Los periódicos y la radio tampoco se salvan de la quema pero, tal vez porque soy un romántico, encuentro en ellos rincones por los que se escapa de vez en cuando y cada vez con más fuerza un cierto aroma a cambio.
Desde el 15M ya no es posible que siga el experimento del que hablaba al principio porque las cobayas se han rebelado contra los científicos locos que estaban a cargo del laboratorio y han empezado a tomar decisiones. Los resultados de las elecciones de hoy no pueden responder todavía a ese tiempo nuevo. Da igual. Lo que importa es que el diálogo ha tomado la calle y la conciencia se empieza a despertar del coma inducido al que había sido sometida. La nueva ola ha empezado y sus efectos se verán a más largo plazo. Ahí va mi apuesta: las elecciones generales del año que viene traerán muchas sorpresas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario