En mi Ipod suena una canción del disco Abril en Managua, donde se recoge el concierto por el primer aniversario de la revolución que llevó al poder a los sandinistas. Es una canción de Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina (a los que conocimos durante el franquismo por canciones tan aparentemente inocentes como Son tus perjúmenes mujer o Clodomiro el Ñajo). La canción habla de pueblos, de obreros que luchan y de protesta y alegría de la gente que estaba harta de soportar la opresión y que apoya la revolución. Termina la canción y como tengo el Ipod en modo aleatorio salta aleatoriamente al She came in through the bathroom window de los Beatles. Interpreto el hecho de un modo semiótico (para evitar decir providencial o algo más religioso o esotérico). El Ipod, instrumento contemporáneo de ubicuidad musical, hace sonar primero la revolución de los sandinistas -antes de que se volvieran católicos y antiabortistas y el propio Carlos Mejía renegara de ellos- pero luego sumerge la ideología en un baño de diversión rockera, claro (aunque esta canción en concreto no sea de las más rockeras del mundo). El rock no era una revolución social. No era una revolución (claro que también se podrían hacer interesantes analogías entre los revolucionarios reconvertidos en dictadores y los rockeros ancianos reconvertidos en patéticos espejos de lo que una vez fueron). El rock era sólo un modo de gritar, con sus letras que a veces no decían nada en concreto, al estilo de lo que ahora hace Bigott. Por eso sigue vivo: seguimos gritando, aunque no sepamos por qué. La canción de autor sosegada o revolucionaria huele a rancio: tenía un mensaje contingente y la contingencia ha pasado de largo para dejar un pasaje desolador en el que mis alumnos se apuntan a los castings de Gran Hermano y les molesta que yo critique a Belén Esteban como animal catódico (aunque en esta expresión no me queda claro cuál es el adjetivo). La canción revolucionaria me trae un recuerdo del tipo que una vez fui y me hace plantearme la habitual pregunta cuarentona de ¿en qúe me he convertido? Sigo siendo un tipo relativamente inadaptado y añoro una revolución que nunca llegó, que nunca podría haber llegado y que, de haberlo hecho, probablemente me estaría dando motivos ahora mismo para ser un disidente. Ahora todo es relativo. De hecho, en este post no sé si estoy defendiendo la revolución o el rock o poniendo a parir a las dos cosas. Supongo que da un poco igual. Da lo mismo que uno sea rockero, revolucionario, liberal, anarquista o vendedor ambulante. Todos estamos en internet y tenemos un blog como éste. Viva Ortega. Viva Elvis.
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