10 de septiembre de 2010

David Cantero


Leo en El País, una entrevista a David Cantero en las páginas dedicadas a la televisión -cuando compro el periódico es una de las primeras que miro porque supongo que el ex realizador de televisión tira al estudio-, que recomiendo por lo corta y por la honestidad que transmite. A David lo conozco de lejos, de cuando participó como actor en un par de cortos del colectivo Cinexín en la Sevilla de finales de los 90 y sé que tiene un fondo intelectual más allá de su buen porte. En esa época estaba en Telesur, el centro de producción de TVE en Andalucía. Lo que me interesa de todos modos no es hacer recuento biográfico de mi relación -inexistente- con él, sino destacar -sin tampoco pretender elevarla a los altares de la filosofía occidental- una frase que sirve de titular a la entrevista:
    "Es muy entusiasmante poder decir a mi edad, 49 años, que soy el nuevo en algo".
Reinventarse, ser nuevo, con la edad que sea. Saber que hay cosas que aprender, algo que puede empezar. Esto sirve para los de 49, pero también para los de 23 que se me acercan diciendo que son ya mayores para esto o aquello. Me hacen gracia porque yo, que generacionalmente estoy bastante cerca de Cantero, estoy con él en lo de la reinvención, en el entusiasmo que produce poder iniciar un proyecto nuevo, atreverse a cambiar, y me asombra que ya con veintipocos años se piense que uno es viejo. Recuerdo cada una de las veces que he cambiado -de trabajo, de ciudad, casi de amigos- y siempre me acompaña la misma sensación: un poco de miedo, y mucho entusiasmo, el entusiasmo de sentirse vivo ante un nuevo reto. Trato de mantener esa vitalidad cada curso, en el caso de las clases. Entro con fuerza, con ganas, con humor. Demasiadas veces me encuentro con una respuesta fría a pesar de que siempre surgen algunos pares de ojos brillantes de quienes sé que serán los que muevan el mundo a poco que les dejen y no abandonen. El resto es abulia, adocenamiento -me gusta esta palabra de curas que se seguirá entendiendo perfectamente mientras los huevos se resistan a ser vendidos según las normas del sistema métrico decimal-. Supongo que la pasión no cotiza al alza en estos tiempos, aunque dentro de las aulas me da la impresión de que ni siquiera está bien vista. Tampoco me entienden del todo cuando digo que quiero llevar erotismo a la clase. No han leído a Bataille y no se enteran de que esa palabra no sólo tiene que ver con las películas de porno soft. Este curso, de todos modos, he decidido mirar más a los ojos que brillan y dejar de fijarme en los ojos que, como los de las pescadillas que no están frescas, se ven ya turbios. En estos últimos ojos se empieza a adivinar una sombra apagada de trabajador asalariado hastiado, con trabajo en turno fijo, dos horas de tele por la noche y pocas ganas de hacer o vivir nada más. Los ojos brillantes, en cambio, me devuelven el reflejo de una persona viva que sigue siendo un entusiasta, el superviviente que cada día se reinventa para que, al estilo Stanislavski, cada vez sea la primera vez.

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