Y no me estoy refiriendo a Manel Fuentes, sino al personaje que aparece al final de este reportaje.
13 de diciembre de 2007
Este hombre da miedo
11 de noviembre de 2007
Muere mi amigo Eloy
Ayer recibo un sms de una amiga. La frase es escueta: "Eloy ha muerto". Fue el 4 de noviembre, pero como estoy en Salamanca y me queda poca gente en Cádiz la noticia no me llega hasta ayer. Eloy es Eloy Gómez Rube, el Eloy de Cádiz, una persona inclasificable, un autor teatral, un poeta, un escritor de relatos canallas; alternativo hasta un punto que pocos de los presuntos alternativos actuales podrían entender. Pocas veces una facultad, la de Filosofía y Letras de Cádiz, tuvo el honor de que trabajara allí como auxiliar de servicio -portero, para lo que no sepan de convenios colectivos-, alguien que debería tener un lugar en la historia de la cultura de Cádiz, alguien que combinaba en su personalidad los espacios del barrio del Pópulo con la cultura cosmopolita berlinesa y europea y que siempre se paraba, aunque más cabría decir que caminaba, con quien quisiera hablar un rato con él, tras encontrárselo por cualquiera de las calles del casco antiguo si es que no estaba de viaje.
La última vez que me lo encontré fue en septiembre. Me dijo que estaba enfermo, pero a la vez me gustó la forma en que se tomaba el asunto del cáncer: "esto es como una cosa más de las muchas que me he encontrado en mi vida". Eloy, que había pasado por todo -que es lo que se dice por antonomasia de los que han pasado por mucho-, y que había entrado y salido de muchas zonas oscuras y luminosas de lo que algunos llaman vivir la vida o experimentar, miraba al proceso de su enfermedad como algo que le aportaría un nuevo conocimiento, un nuevo punto de vista para seguir dialogando con el mundo.
En mi memoria guardo varias imágenes de él: la primera vez que lo recuerdo, en mitad de los ochenta, entrando travestido en una discoteca de Cádiz con un grupo de amigos, aportando un toque cachondo y subversivo a la monotonía de una ciudad provinciana; aquella ocasión en que nos cedió una obra suya para que la representáramos en la semana cultural de la Facultad de Filosofía y Letras -lo que me permitió ser el primer actor que puso en escena, junto a Desirée Ortega, el tercer acto de La trilogía: sperpento gaditano de las vidas standars, presentada en forma de libro apenas dos días antes de su muerte-; cuando organizó una semana cultural alternativa a otra que se ofrecía desde los poderes políticos gaditanos, reuniéndonos en el bar de Antonio Reguera en Bahía Blanca; leyendo algunos cuentos, de madrugada, cuando unos cuantos terminamos en su casa después de asistir a una entrega de premios a la creación joven de la Diputación... Son recuerdos ligados a los años ochenta, cuando parecía que era posible que Cádiz fuera otra cosa. Y al final lo fue, está claro, aunque el cuento no terminara del todo como queríamos muchos. Después de eso yo me fui de Cádiz y los recuerdos de Eloy son de los momentos en que me lo encontraba paseando -Eloy era un caminante, una especie de flaneur al estilo Baudelaire, pero mucho más castizo- durante alguna visita y hablábamos de cómo estaba Cádiz, de su próximo viaje a Alemania o de cómo se había decidido -por fin-, a ir al odontólogo, mientras filosofábamos un rato. Era ese Eloy de los años finales de siglo que, sin dejarse reducir por la laxitud circundante, seguía buscando, aunque un poco más desde dentro.
Me acordaré de él siempre como ejemplo de curiosidad vital, de capacidad para el diálogo, como modelo de persona que sin boatos ni ceremonias hacía cambiar el mundo cada minuto. Brindo por Eloy y me apunto, desde este momento, a la lista de quienes piensan que debería rendirsele un homenaje en Cádiz. Las ciudades pequeñas como ella, necesitarán siempre a personas grandes como él.
La última vez que me lo encontré fue en septiembre. Me dijo que estaba enfermo, pero a la vez me gustó la forma en que se tomaba el asunto del cáncer: "esto es como una cosa más de las muchas que me he encontrado en mi vida". Eloy, que había pasado por todo -que es lo que se dice por antonomasia de los que han pasado por mucho-, y que había entrado y salido de muchas zonas oscuras y luminosas de lo que algunos llaman vivir la vida o experimentar, miraba al proceso de su enfermedad como algo que le aportaría un nuevo conocimiento, un nuevo punto de vista para seguir dialogando con el mundo.
En mi memoria guardo varias imágenes de él: la primera vez que lo recuerdo, en mitad de los ochenta, entrando travestido en una discoteca de Cádiz con un grupo de amigos, aportando un toque cachondo y subversivo a la monotonía de una ciudad provinciana; aquella ocasión en que nos cedió una obra suya para que la representáramos en la semana cultural de la Facultad de Filosofía y Letras -lo que me permitió ser el primer actor que puso en escena, junto a Desirée Ortega, el tercer acto de La trilogía: sperpento gaditano de las vidas standars, presentada en forma de libro apenas dos días antes de su muerte-; cuando organizó una semana cultural alternativa a otra que se ofrecía desde los poderes políticos gaditanos, reuniéndonos en el bar de Antonio Reguera en Bahía Blanca; leyendo algunos cuentos, de madrugada, cuando unos cuantos terminamos en su casa después de asistir a una entrega de premios a la creación joven de la Diputación... Son recuerdos ligados a los años ochenta, cuando parecía que era posible que Cádiz fuera otra cosa. Y al final lo fue, está claro, aunque el cuento no terminara del todo como queríamos muchos. Después de eso yo me fui de Cádiz y los recuerdos de Eloy son de los momentos en que me lo encontraba paseando -Eloy era un caminante, una especie de flaneur al estilo Baudelaire, pero mucho más castizo- durante alguna visita y hablábamos de cómo estaba Cádiz, de su próximo viaje a Alemania o de cómo se había decidido -por fin-, a ir al odontólogo, mientras filosofábamos un rato. Era ese Eloy de los años finales de siglo que, sin dejarse reducir por la laxitud circundante, seguía buscando, aunque un poco más desde dentro.
Me acordaré de él siempre como ejemplo de curiosidad vital, de capacidad para el diálogo, como modelo de persona que sin boatos ni ceremonias hacía cambiar el mundo cada minuto. Brindo por Eloy y me apunto, desde este momento, a la lista de quienes piensan que debería rendirsele un homenaje en Cádiz. Las ciudades pequeñas como ella, necesitarán siempre a personas grandes como él.
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26 de septiembre de 2007
Curro digno
Este es el último de los comentarios que se me quedaron guardados desde antes del verano. El caso es que desde hace meses aparecen pintadas firmadas por la UJCE en Salamanca con textos como "Trabajo digno", "Vivienda digna" y cosas por el estilo. No estoy en contra de las propuestas, pero sí me extraña que las haga un grupo comunista. Las organizaciones de izquierda se olvidan de exigir que los medios de producción estén en manos de los trabajadores para empezar a solicitar que haya condiciones dignas de empleo, vivienda, salud... que igual podría firmar el Partido Popular sin ruborizarse. Es el signo de los tiempos, que deja de lado las revoluciones para tratar de que el sistema sea más justo, tratando de pulir sus defectos. No me quejo, pero espero que dentro de diez años las organizaciones radicales de izquierda no empiecen a pedir "IPODS para todos". No podría soportar ese nivel de pijerío, la verdad.
25 de septiembre de 2007
Capricho andaluz
En mayo voy a Barcelona a un congreso. De vuelta, como no tengo tiempo para almorzar en otro sitio, tengo que irme al Pans & Company del aeropuerto (cada vez que veo una tienda de esta cadena de bocadillos no dejo de acordarme de un amigo al que le gustaba pronunciar el nombre en catalán -"pans y cumpani"- porque, según él, la empresa era catalana). Me pido la ensalada y me encanta que, para aliñarla, me den aceite y vinagre procedente de Muñoz Vera, una empresa aceitera de Cabra, en Córdoba. De allí era la familia de mi madre. Mi abuelo fue, precisamente, encargado de un molino de aceite en ese pueblo. Quizás el aceite que me tomo en el aeropuerto esté prensado en las mismas instalaciones que mi abuelo vigilaba. Paladeo el zumo de olivas extra con efecto más balsámico que nunca mientras la ciudad se me hace más amable, más familiar, más cercana de lo que yo podría haber imaginado, gracias al almuerzo con un Capricho Andaluz de parte de mi abuelo.
Malditos cachondos
Supongo que el autor ya se habrá encargado de darle la correspondiente publicidad, pero no puedo dejar de anotar la intervención artística que alguien hizo con ocasión del derribo del Gran Hotel de Salamanca (¿fue en abril? ¿en mayo?) para sustituirlo por viviendas de lujo (que a la hora de escribir estas líneas se encuentran afectadas por la "Operación Malaya", dado que el dueño del edificio es el principal implicado). El caso es que una noche, cuando el edificio estaba a medio derruir, un artista conceptual desconocido colocó este cartel delante de la obra, sin más, y se marchó a su casa. La cosa no duró mucho, pero los pocos que pasamos por allí antes de que los encargados de la obra quitaran el cartelito por la mañana, nos echamos unas risas por el contraste entre la intervención artística frente al derribo de un edificio emblemático por mano de los intereses especuladores.
16 de abril de 2007
Macarty ha muerto
Macarty es un personaje de Cádiz. Es, y no era, porque el personaje no muere. Es más, me atrevería a decir que sólo desde que cayó enfermo, muchos nos dimos cuenta de que había un señor que pasaba desapercibido detrás del subidón de energía que daba ver a su otro yo, llevando cafés con leche por todo el mercado de abastos de Cádiz. Yo le veía siempre dando vueltas con la bandeja llena, o saliendo con el coro carnavalesco de La Salle Viña, que ensayaba enfrente de mi casa de Cádiz. Era una persona sencilla en todos los sentidos. Desde luego lo era en el trato y, por otra parte, Macarty no murió rico precisamente. Si hoy hago esta nota necrológica no es tanto porque me apene que muera (que sí, que me apena, por supuesto), sino más bien por ese trozo de infancia que también se va a la tumba con él. Cádiz va dejando de ser lo que era, la ciudad pequeña, llena de gente con pocos recursos, en la que se desarrollaba un humor maravilloso y unas ganas de vivir inmensas. Una vez que se marchen todos los personajes populares (espero que la Uchi permanezca muchos años entre nosotros), se borrará definitivamente la huella de una época en la que todos compartíamos lo poco que teníamos en lugar de luchar por lo mucho que se nos promete.
Fotografía publicada en el Diario de Cádiz.
Fotografía publicada en el Diario de Cádiz.
7 de abril de 2007
Semana Santa
Ya que estamos en Semana Santa. dejo aquí constancia de cómo la ultramodernidad afecta a todos los campos y actividades. Los penitentes eran, hasta hace un tiempo, personas que expiaban sus pecados o que, habiendo pedido un favor a Dios, entregaban su sufrimiento a cambio de la gracia recibida. Ahora, ayudados de la tienda de sombreros de la foto pueden quedar muy bien delante de todos los amigos como cristiano viejo y auténtico sin tener que pasar por el suplicio del gorro de cartón que estaba ahí para que el penitente sufriera. Claro que lo mismo Dios, que lo ve todo, también puede mirar debajo de los capuchones y comprobar que ese, en apariencia, compungido feligrés está haciendo, en realidad, un pase de modas del alma pret-a-porter de la temporada correspondiente...
24 de marzo de 2007
Yo tenía que decir algo
Yo tenía que decir algo,
murmurar por lo bajo
tratarla mal
convertirla en culpable.
Yo debía comportarme
como se espera en estos casos,
amasando los celos con las manos
y callando.
Sólo era necesario
mirar un poco de soslayo
hacer un gesto extraño
para engendrar la duda.
Sólo la besé.
Aún hoy seguimos amándonos.
murmurar por lo bajo
tratarla mal
convertirla en culpable.
Yo debía comportarme
como se espera en estos casos,
amasando los celos con las manos
y callando.
Sólo era necesario
mirar un poco de soslayo
hacer un gesto extraño
para engendrar la duda.
Sólo la besé.
Aún hoy seguimos amándonos.
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